De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de
renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de
oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y
le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo
manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se
fuera preparando para ser una santa religiosa.
Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y
esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin
límites a los demás.
Días más tardes fue trasladada temporalmente, por
seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su
fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta
al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de
edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes,
San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro
monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana
Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión de la Orden y
la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también su
prima Pacífica.
San Francisco les reconstruye la capilla de San Damian, lugar donde el Señor había hablado a su corazón
diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor
habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más grande
anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor,
de su gran "Si" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy
vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la cual Santa Clara se
inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con San Francisco en la
Orden de las Clarisas.
Cuando se trasladan las primeras Clarisas a San Damián,
San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a
Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por su gran
humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del
Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le
impone, entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser
verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas
espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.
Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser
ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo
lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud.
Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas
y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos que aún después de
tanto tiempo prevalecen y son el tesoro mas rico de las que hoy son sus hijas,
Las Clarisas Pobres.
Sta. Clara acostumbraba tomar los trabajos mas difíciles,
y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños
y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa verdadera respuesta al
llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos.
Por el testimonio de las misma hermanas que convivieron
con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a
abrigar a sus hijas y a las que eran mas delicadas les cedía su manta. A pesar
de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo.
Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente
y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba
dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio
y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar
nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la
voluntad de Dios para ella.
Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de
sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y
es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor
ejemplo que dio a sus hijas.
La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de
las mas grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento,
siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su
corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la
utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que
ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se
exigía mas de lo que pedía a sus hermanas.
Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y protección
a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban
cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había
trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema
humildad.
"En una ocasión, después de haberle lavado los pies
a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su
fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al
moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el
pie de la hermana y lo besó."
Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer
nada mas que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa
Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor
anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue
otorgado por el Papa Inocencio III.
Para Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno
podía alcanzar mas perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza
nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido
en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada
terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La
pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz. Cristo pobre
cuyo único deseo fue obedecer y amar.
La vida de Sta. Clara fue una constante lucha por
despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara
su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación
de las almas.
La pobreza la conducía a un verdadero abandono en la
Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en la pobreza ese
deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino
como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera de mejor
proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.
Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San
Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas
de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para
asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice
que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo padre: le
suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva
ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue
Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les
respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta
a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros".