Si hay algo que sobresale en toda la vida de Santa Clara es su
gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un
áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de
sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a cambiar por obediencia a
Francisco, debido a su enfermedad.
Los ayunos. Siempre vivió una vida austera y comía tan
poco que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se explicaban como podía
sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar
bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y
todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que la
consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a
su amado Jesús.
Por su gran severidad en los ayunos, sus hermanas,
preocupadas por su salud, informaron a San Francisco quien intervino con el
Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no
fuese menos de una onza y media.
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