Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la
fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo
entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.
Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en
oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de
amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar
cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia
del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados,
olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres.
Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar
la pasión las lágrimas brotaban de lo más íntimo de su corazón. Muchas veces el
silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones
del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del
oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes
que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el
Señor.
Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su
vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos
excesos son necesarios para la redención, "Sin el derramamiento de la
Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación". Ella añadía: "Hay
unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría
de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse
por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la
tierra sería destrozada por el maligno". Santa Clara aportó de una manera
generosa a este equilibrio.
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