Somete la carne a las espinas; Dios le otorga
sabiduría
Al principio de su conversión, viéndose
atacado por violentas tentaciones de impureza, solía revolcarse desnudo sobre
la nieve. Cierta vez en que la tentación fue todavía más violenta que de
ordinario, el santo se disciplinó furiosamente; como ello no bastase para
alejarla, acabó por revolcarse sobre las zarzas y los abrojos.
Su humildad no consistía simplemente en un
desprecio sentimental de sí mismo, sino en la convicción de que "ante los
ojos de Dios el hombre vale por lo que es y no más". Considerándose
indigno del sacerdocio, Francisco sólo llegó a recibir el diaconado. Detestaba
de todo corazón las singularidades. Así cuando le contaron que uno de los
frailes era tan amante del silencio que sólo se confesaba por señas, respondió
disgustado: "Eso no procede del espíritu de Dios sino del demonio; es una
tentación y no un acto de virtud." Dios iluminaba la inteligencia de su
siervo con una luz de sabiduría que no se encuentra en los libros. Cuando
cierto fraile le pidió permiso para estudiar, Francisco le contestó que si
repetía con devoción el "Gloria Patri", llegaría a ser sabio a los
ojos de Dios y él mismo era el mejor ejemplo de la sabiduría adquirida en esa
forma.
Sobre la pobreza de espíritu, Francisco decía: "Hay muchos que tienen por costumbre multiplicar plegarias y prácticas devotas, afligiendo sus cuerpos con numerosos ayunos y abstinencias; pero con una sola palabrita que les suena injuriosa a su persona o por cualquier cosa que se les quita, enseguida se ofenden e irritan. Estos no son pobres de espíritu, porque el que es verdaderamente pobre de espíritu, se aborrece a sí mismo y ama a los que le golpean en la mejilla".
La Naturaleza
Sus contemporáneos hablan con frecuencia del
cariño de Francisco por los animales y del poder que tenía sobre ellos. Por
ejemplo, es famosa la reprensión que dirigió a las golondrinas cuando iba a
predicar en Alviano: "Hermanas golondrinas: ahora me toca hablar a mí;
vosotras ya habéis parloteado bastante". Famosas también son las anécdotas
de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del
Creador, del conejillo que no quería separarse de él en el Lago Trasimeno y del
lobo de Gubbio amansado por el santo. Algunos autores consideran tales
anécdotas como simples alegorías, en tanto que otros les atribuyen valor
histórico.
Aventura de amor con Dios
Los primeros años de la orden en Santa María
de los Ángeles fueron un período de entrenamiento en la pobreza y la caridad
fraternas. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para
ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir
limosna de puerta en puerta; pero el fundador les había prohibido que aceptasen
dinero. Estaban siempre prontos a servir a todo el mundo, particularmente a los
leprosos y menesterosos.
San Francisco insistía en que llamasen a los leprosos "mis hermanos cristianos" y los enfermos no dejaban de apreciar esta profunda delicadeza. Les decía a los frailes: ¨Todos los hermanos procuren ejercitarse en buenas obras, porque está escrito: 'Haz siempre algo bueno para que el diablo te encuentre ocupado'. Y también, 'La ociosidad es enemiga del alma'. Por eso los siervos de Dios deben dedicarse continuamente a la oración o a alguna buena actividad.¨ El número de los compañeros del santo continuaba en aumento, entre ellos se contaba el famoso "juglar de Dios", fray Junípero; a causa de la sencillez del hermanito Francisco solía repetir: "Quisiera tener todo un bosque de tales juníperos". En cierta ocasión en que el pueblo de Roma se había reunido para recibir a fray Junípero, sus compañeros le hallaron jugando apaciblemente con los niños fuera de las murallas de la ciudad. Santa Clara acostumbraba llamarle "el juguete de Dios".
La humildad y obediencia
San Francisco dio a su orden el nombre de
"Frailes Menores" por humildad, pues quería que sus hermanos fuesen
los siervos de todos y buscasen siempre los sitios más humildes. Con frecuencia
exhortaba a sus compañeros al trabajo manual y, si bien les permitía pedir
limosna, les tenía prohibido que aceptasen dinero. Pedir limosna no constituía
para él una vergüenza, ya que era una manera de imitar la pobreza de Cristo.
Sobre la excelsa virtud de la humildad, decía: "Bienaventurado el siervo a
quien lo encuentran en medio de sus inferiores con la misma humildad que si
estuviera en medio de sus superiores. Bienaventurado el siervo que siempre
permanece bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente el que, por
cada culpa que comete, se apresura a expiarlas: interiormente, por la
contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra". El
santo no permitía que sus hermanos predicasen en una diócesis sin permiso
expreso del Obispo. Entre otras cosas, dispuso que "si alguno de los
frailes se apartaba de la fe católica en obras o palabras y no se corregía,
debería ser expulsado de la hermandad". Todas las ciudades querían tener
el privilegio de albergar a los nuevos frailes, y las
comunidades se multiplicaron en Umbría, Toscana, Lombardia y Ancona.
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